Y a cuando el Índice de Movilidad Urbana ubica a México como el país donde los usuarios son de los que más gastan en transporte público y el tema lo retoma un organismo como Greenpeace, que demanda firmar una petición por “más y mejor transporte público para hacer frente a la contaminación del aire y al calentamiento global que nos afectan a todos”, el tema pasa de un ámbito local a uno de mayores dimensiones.
¿Por qué habría de preocupar a organismos internacionales que en México se gaste más en transporte que en otros países y demandan que las autoridades inviertan en más y mejor transporte público?
Una respuesta tiene que ver con la afirmación del organismo que defiende el medio ambiente: “para hacer frente a la contaminación del aire y al calentamiento global que nos afectan a todos”, pero otra es más profunda: somos el país que más gasta en este rubro entre los países del G20, por encima de India, Canadá, la Unión Europea, Estados Unidos y Arabia Saudita.
¿Y cómo podemos traducir esto? La población de México además de los gastos recurrentes de alimentación, servicios como el agua y la luz, destinan el 19 por ciento de sus ingresos al transporte, lo que equivale a un promedio de mil 815 pesos mensuales, de acuerdo con el propio Índice de Movilidad Urbana.
Quizá la cifra no parezca tan importante, pero si lo ponemos en perspectiva, al año los mexicanos destinan 21 mil 780 pesos al transporte, monto que se incrementa para quienes viven en zonas remotas a los centros urbanos, a donde deben trasladarse diariamente para realizar sus actividades.
El problema entonces es de equidad y de planeación: si quienes viven más lejos son quienes ganan menos y quienes gastan más en transporte, entonces las cosas están al revés, debido a que de origen ha faltado planeación urbana que permita poner las cosas en perspectiva.
Pero tal como están, entonces el tema se convierte en un asunto que deben atender las autoridades en principio, sí, desde su planeación, pero más atinadamente con recursos vía subsidios.
La palabra subsidio viene del latín subsidium (ayuda, socorro, refuerzo) que de origen designa el resultado de la acción de venir a aposentarse (sidĕre) para apuntalar, sostener o socorrer (sub-, debajo) a otros, tanto en acciones comunes como militares (reserva de tropas para ayudar a otras), y luego designa a ayudas extraordinarias de carácter económico.
En el esquema descrito, está claro que dos son los actores en este drama que resienten la ausencia de recursos: las familias necesitadas que viven más lejos y pagan más por sus traslados, y los operadores del transporte que bien pueden atravesar toda la ciudad, no pueden cumplir con mantenimiento de las unidades, combustible, sueldos, gasto en tecnología y, encima de todo eso, renovación del parque vehicular cada diez años.
Es decir, todavía no se acaba de pagar una unidad que llega a costar millones de pesos, cuando ya tienes que cambiarla por otra más costosa, en un círculo vicioso que nunca termina.
A ello debe atender la modernización del transporte público, con una tarifa actualizada, pero subsidiada y enfocada a quienes verdaderamente la necesitan. En esta revisión del gasto mensual y anual que hacen las familias en transporte, bien cabe otro dato, también global, que dibuja las condiciones por las que atraviesa el transporte público en México: ningún sistema de transporte en el mundo vive sin subsidio, sólo el nacional.