Velocidad y seguridad vial urbana - Pasajero7

Velocidad y seguridad vial urbana

Felipe_prin

Como sociedad reclamamos el regreso de aquellos tiempos en que los párvulos nos apoderábamos de las calles, jugamos y disfrutamos de ellas casi todo el tiempo, era nuestro punto de encuentro, una extensión de nuestros patios; fueron nuestras canchas improvisadas de futbol, pistas de  carreras, canicas y pedaleo sin obstrucciones, incluso construimos “Mini ciudades” con carriles para camiones y automóviles principalmente, delimitamos la urbe con ríos y áreas verdes. En ese lugar éramos respetados, los adultos cuidaban de nosotros e incluso convivían al par nuestro, nos alentaban a jugar y convivir con los demás niños vecinos por la tarde y parte de las noches. Infortunadamente hoy los niños perdieron su libertad e independencia, abandonaron las calles parejo al desarrollo urbano; ahora sumergen su vida en el abismo tecnológico, buscan seguridad que debió ser perenne en espacios públicos. Vino la velocidad y todo se lo llevó: la convivencia pública, los amigos frente a frente, las calles vivas, la sociedad humana.

Es ampliamente sabido que, en la medida que incrementa la velocidad de circulación se compaginan descuidos desmedidos que resultan -en la mayoría de los casos- en sucesos fatales que otros participantes de la calle llegan a sufrir. Necesitamos mejorar paulatinamente entorno a la seguridad vial desde sus ápices hasta su totalidad, en virtud de ello, opino que la clave para corregir la inseguridad está en atender las prisas que hemos hecho parte de nosotros, ellas nos hacen inconscientes, individualistas hasta inmorales frente a los demás; las personas a prisa tienen la responsabilidad de desplazarse más lento porque sus impaciencias cometen errores garrafales como violentar a otros con resultados desastrosos e irreversibles que excusan hasta el hastío y absurdo: Errare humanum Est. Definitivamente errar es de humanos, pero no debe pasar por las mientes que por el hecho de ser humano podemos cometer tales faltas para la humanidad exacerbando nuestra fragilidad toda vez que se ejerce el derecho a transitar.

Ver Ilustración de abajo, a medida que circulamos las zonas urbanas a velocidades por arriba de 50 kilómetros por hora, incrementamos nuestra probabilidad de sufrir siniestros y disminuye significativamente la seguridad para los demás ocupantes viales. Tan solo en el año 2017 ocurrieron poco más de 367 mil accidentes de tránsito en zonas urbanas[1], más del 17 por ciento de los casos resultaron víctimas heridas, además, en el uno por ciento de los sucesos hubo al menos una persona fallecida y el resto fueron únicamente daños materiales -81.4%-. En ese sentido, reviste gran importancia la intervención continua del estado para que reine la paz y las leyes entren en vigor; siempre estamos a tiempo de enderezar la situación porque las personas que fallecen ante tragedias de tránsito nos muestran el error in situ para corregir la estructura y función de aquellos lugares donde podrían ocurrir accidentes.

Gráfico

Ilustración 1. Relación siniestralidad-seguridad con base en la velocidad de circulación urbana

Indudablemente aparte de la velocidad de circulación, son atribuibles a los siniestros viales otras variables, personales: el adiestramiento y experiencia de los conductores en la vía; de modos: pesos y dimensiones de las unidades de carga y pasajeros; de regulación y control: las normas de circulación urbana y la infraestructura gris dedicada para la movilidad; y de cultura: respeto a la vida y al derecho de tránsito de todos.  El automotor es -así lo hemos percibido- una herramienta peligrosa para cualquiera que no lo conduce y a medida que no regulamos su circulación urbana, lo hacemos sinónimo de accidentalidad y antónimo de seguridad. Los accidentes de tránsito son resultado de la transgresión de todas las reglas morales y regulatorias que incitan a convivir de buena forma, por ello, si continuamos teniendo en lo sucesivo tantas muertes en la vía pública, nos convertiremos en las nuevas armas no tan distintas a las que utilizan con intención para, en el peor de los casos, terminar la existencia de algún símil. De seguir así, no abrigaremos esperanzas de convivir a salvo, obligándonos a velar con sumo cuidado nuestra vida en la vía pública por ausencia de instrumentos normativos que tenga a bien regular la conducta vial de todos los involucrados del camino.

Actualmente dictan cursos de seguridad vial, incluyendo, por ejemplo, los niños, adultos y personas invidentes; una de sus metas es enseñar a adaptarse al entramado urbano y adoptar condiciones de alerta por la prevalencia de errores humanos. La verdad es que, sin regulación de la velocidad urbana es muy probable seguir el problema; a los más vulnerables se les cursa para protegerse del “fallo vial” cuando corresponde mostrar la calidad normativa que prevalece y las faltas más comunes de respeto al tránsito. A los peatones nos enseñan a cuidarnos de los automotores cuando estos per se corresponde respetar la circulación de los primeros y de otros automotores dado que las normas a transitar con independencia y seguridad protegen primero a los más vulnerables.

Las leyes de movilidad y tránsito debieran establecer velocidades máximas de circulación urbana para dirigirnos con certidumbre en las calles y conservar la vida sin exención legal para algunas toneladas de acero que circulan a celeridad desmedida sin restricción.

[1] INEGI. Estadística de accidentes de tránsito terrestre en zonas urbanas y suburbanas