¿Cuántas veces al día una mujer se sube al transporte público, cruza parte de la ciudad, espera en la esquina con bolsas, carriola o mochila al hombro? Muchas veces no va sola ni por gusto. Va, porque cuida a sus hijos, a sus papás, a su comunidad. Y eso también es moverse.
A lo largo de mucho tiempo, las ciudades se diseñaron pensando en una sola idea: ir del punto A al punto B; de la casa al trabajo y de regreso. Pero la vida real no funciona así. Las personas que cuidan —en su mayoría mujeres— hacen rutas con paradas múltiples, cargan cosas, acompañan, regresan, y lo hacen todos los días, casi siempre en transporte público que no fue pensado para ellas.
La movilidad de cuidado, un término que suena técnico, pero que habla de algo que pasa frente a nuestros ojos todo el tiempo, sigue sin estar en el centro de las decisiones, aunque cada vez se menciona más en algunas leyes y foros,
En México, más del 50% de los viajes urbanos los hacen mujeres. ¿Y cuántas rutas están pensadas para sus trayectos? ¿Cuántos autobuses tienen espacios cómodos para viajar con niños? ¿Cuántas banquetas permiten caminar con seguridad cargando bolsas o empujando una silla de ruedas?
El reto no es menor. Pero tampoco es imposible. Hay ciudades que ya comenzaron a cambiar esta lógica, apostando por calles más caminables, iluminadas, rutas seguras, conexión entre barrios y estaciones pensadas para que moverse no sea una batalla diaria.
Si de verdad queremos ciudades más justas y seguras, tenemos que dejar de pensar que el cuidado es cosa de cada quien. Cuidar también es trabajo. También es movimiento. Y debe estar en la agenda pública.
Porque al final, cuando una ciudad cuida… nos cuida a todos.