Las Calles de la Ciudad de México después del programa “Ciudad al Aire Libre” - Pasajero7

Las Calles de la Ciudad de México después del programa “Ciudad al Aire Libre”

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Escrito por: Alejandro Robles Arias.

Arquitecto. Estudiante de la maestría de Urbanismo  en la UNAM. / Twitter: @alexrobles_a

El reciente anuncio en mayo de 2023 por parte de la OMS sobre el fin de la  emergencia global por el COVID-19 nos debe recordar que hay  consecuencias que nos siguen afectando, en particular, desde la esfera  urbana. 

El confinamiento, en su momento, redujo los desplazamientos diarios lo cual  comprometió el ingreso de la mayor parte de la población de la CDMX que  obtiene recursos de la economía informal, la cual depende en buena medida  de la presencia de personas en el espacio público.

Desde los sectores formales, el gremio restaurantero fue uno de los más  efusivos en demostrar su descontento ante la situación. Incluso se organizó un movimiento llamado “Abrir o Morir” que salió a las vías públicas demandando la reapertura de los establecimientos. En respuesta a las  peticiones, el Gobierno de la Ciudad de México (GCDMX) expidió el programa “Ciudad al Aire Libre”. 

El programa contempla que los restaurantes puedan colocar sus enseres (mesas, sillas, sombrillas, etc) en las calles o en áreas libres propias para dar  servicio en un espacio abierto y ventilado de manera natural para desincentivar la propagación del virus.

Cualquier acción que involucre lo público siempre será controversial y más en un lugar como la calle que tiene una gran cantidad de funciones: nos desplazamos en ellas, a la vez que sirven como lugar para el intercambio, el  encuentro, la contemplación y el recreo (entre muchas otras).

La calle como espacio público es una plataforma que corre el riesgo constante de buscar ser apropiada por los diversos intereses que en ella confluyen. Por ello, llama la atención que desde el Estado se impulse una política pública que le da beneficios a un actor específico en el terreno común. En consecuencia, se  debe realizar una reflexión sobre este tipo de apropiación del espacio público.

El programa del GCDMX menciona reglas sobre dejar circulaciones  adecuadas para peatones en las banquetas, respetar aforos, dejar libres las rampas y los pasos peatonales; así como la prohibición de colocar bocinas, pantallas o estructuras permanentes. Quizá uno de los temas más polémicos  sea el cobro anual del programa: $3,000 pesos al año por el uso de la calle.

Varias de estas reglas de operación del programa son incumplidas y se puede atestiguar con solo caminar en las calles, aspecto no menor cuando se habla de un programa que ha llegado para quedarse con la reforma a la Ley de Establecimientos Mercantiles donde se “oficializa” el mismo, ya que bastará con  gestionar un trámite en internet para colocar los enseres en las calles.

No olvidemos que esto ocurre en vía pública, es decir, el principal espacio público de cualquier habitante de la ciudad, en la cual pocos tienen la posibilidad de tener acceso a un parque o áreas recreativas cercanas a sus hogares.

Jordi Borja y Zaida Muxí mencionan que son las calles donde mejor se  expresan las relaciones de convivencia y poder entre los habitantes, por ello el que estos establecimientos amplíen su influencia en lo público no es intrascendente.

Haciendo una comparativa del estado de una calle a lo largo del tiempo, en este caso en la Avenida Clavería en la Alcaldía Azcapotzalco (CDMX) se pueden observar los cambios que un restaurante afiliado al programa “Ciudad al Aire Libre” ha experimentado y su crecimiento paulatino. 

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En la primera fotografía (abril de 2019) se aprecia como un local comercial, apenas tiene un toldo que sobresale sobre la acera, no obstante, tres años  después con el programa “Ciudad al Aire Libre” es perceptible como incrementó su área  mediante enseres no fijos como macetas y sombrillas.

Sin embargo, el mismo año en agosto (tan sólo seis meses después) se ha construido un toldo metálico fijo, bardeado por macetas, que tiene focos que van desde el interior del restaurante a lo que era el cajón de estacionamiento, diluyendo claramente qué pertenece al restaurante y qué a la ciudad.

Además, se puede observar como en la última foto hay personas que optan por cruzar por fuera del restaurante con el peligro que conlleva. Existen múltiples razones según lo que he podido platicar con vecinos: en ocasiones, se sienten incómodos ya que piensan que están entrando al restaurante  mientras caminan por la banqueta.

Incluso me han hablado sobre eventos como accidentes con meseros mientras cargan sus bandejas o hasta motivos de sensación de inseguridad cuando se cruza por restaurantes los días viernes o sábado, mismos en que el consumo de bebidas alcohólicas se extiende.

Desde este espacio no se pretende despreciar la gran fuente laboral que representa el sector restaurantero, sino hacer notar la pérdida de espacio público, porque la ocupación del espacio no sólo dura el tiempo que el  restaurante está en funcionamiento, sino que las grandes estructuras  metálicas o madera que llenan las calles se quedan en pie las veinticuatro horas del día.

Se debe abrir un debate sobre el trabajo en las calles, debido a que es una realidad latente en las vías públicas mexicanas, no obstante, es un hecho que a ojos de la autoridad y de la propia sociedad son vistas de manera distinta, una apropiación desde la economía “formal”, y no desde la “informal”, como solemos entender los negocios sobre vía pública.

Este tema retoma las discusiones planteadas por autoras como Judith Butler, que deja claro que la calle es un bien público y una plataforma por la que vale  la pena la lucha social para reivindicarse en pro de los intereses comunes.

Así mismo, existe un gran margen de oportunidad para beneficiar a la población en general con el programa, sólo pensemos que el dinero que  actualmente se cobra por el uso del espacio (que es mínimo considerando que hay zonas de la ciudad donde el metro cuadrado está ofertado en dólares) no estuviera determinado como una cantidad fija, sino basado en tabuladores con referencia al valor catastral.

Esto permitiría a la vez generar una mayor recaudación de acuerdo al sitio donde nos encontremos. Ese dinero se podría etiquetar para invertir en espacio público, que ahora sí pueda ser utilizado por todos y no sólo por  aquellos que tengan la capacidad económica para comprarse un café.

Uno de los argumentos más escuchados a favor de estas extensiones restauranteras es el hecho de preferir ver personas comiendo a autos  estacionados, lo cual en principio es cierto, no obstante, no desaparece el  aspecto de que se trata del cambio de un uso privado del espacio público por otro.

Al principio y durante la pandemia nos preguntábamos cómo sería esa “nueva normalidad” de la que tanto se hablaba, si bien hay aspectos que han cambiado se puede decir que en materia de acceso al espacio público existe una deuda, ya que lo público está determinado por la manera en cómo son  excluidos o integrados los habitantes. 

De este modo, considero que estamos ante una oportunidad de mejorar las calles con este llamado a la reflexión y propuesta sobre el uso del espacio público: por una ciudad donde quepamos todos.