Luis David Berrones-Sanz
Profesor-Investigador Universidad Autónoma de la Ciudad de México
luis.berrones@uacm.edu.mx
Las investigaciones alrededor del mundo muestran que los conductores profesionales, en comparación con los trabajadores en general, tienen mayor prevalencia en los riesgos químicos, físicos, mecánicos y biológicos. Entonces, no es de extrañar que, en México -debido a la cantidad de defunciones, enfermedades e incapacidades laborales- los trabajadores del transporte terrestre sean el segundo colectivo en cuanto riesgos asociados a su profesión, sólo por debajo de los trabajadores de la construcción.
Asimismo, ya que su actividad los hace estar en contacto con decenas o cientos de pasajeros por día, a partir del COVID-19, los conductores del transporte urbano han incrementado sus riesgos biológicos debido a que son propensos a la dispersión y transmisión del virus SARS-CoV2.
Estudios previos en México han mostrado la precariedad laboral de los conductores del transporte público; no obstante, también se sabe que los trabajadores del volante que forman parte de organismos públicos o empresas paraestatales tienen las mejores prestaciones sociales y, por tanto, mejores condiciones laborales y mejores condiciones materiales de vida. Además, la pandemia incrementó esta brecha ya que la afluencia en los diferentes modos de transporte llegó a disminuir entre 60% y 70% y, por tanto, en algunos casos de manera proporcional los ingresos de los conductores independientes.
En cuanto al número de contagios, la cantidad varía entre cada uno de los modos de transporte; a la fecha, la proporción llega a ser hasta de 40% y el número continúa en aumento. Así, por ejemplo, 24.5% de los conductores del Sistema de Transporte Colectivo Metro se han enfermado por COVID-19; esto a pesar de que van aislados en la cabina de conducción del tren y su trato con los usuarios es relativamente poco. De esta forma, estos conductores tienen 1.7 veces mayor probabilidad de contagio, en comparación con la población de la Ciudad de México. Por supuesto, el resto de los modos de transporte -ciclotaxis, taxis, microbuses y autobuses, entre otros- tienen mayor exposición y, por tanto, mayor riesgo de infección.
Dado que hay evidencia de eventos de súper-propagación de enfermedades a través de los sistemas de transporte, es necesario reforzar las medidas de distanciamiento social y que, aunque disminuya la demanda, los gobiernos subsidien para mantener o aumentar la frecuencia de servicio; así se aumentará la oferta (capacidad de línea) de los sistemas de transportes, se tendrá una menor concentración de usuarios, con un menor índice de ocupación y, por tanto, disminuirá el riesgo de contagio. Sólo así se podrá mantener un nivel de servicio adecuado para mantener la movilidad y el tiempo de viaje cercano a la forma habitual.
Para proteger tanto a los conductores como a los pasajeros, no sólo se deben reforzar medidas de prevención y distanciamiento en el transporte público, evitar pagos en efectivo, y separar a los conductores con barreras de cintas plásticas; sino que se debe reconsiderar el papel de los conductores profesionales, cuyas actividades tienen un fuerte impacto en la salud pública; y que se encuentran insertos en un proceso de trabajo enajenante, expuestos a riesgos y exigencias y, en consecuencia, a las manifestaciones fisiológicas y psíquicas que determinan condiciones de vida y trabajo en situación de precariedad.
En consecuencia, resulta indispensable investigar sobre los conductores profesionales del transporte público y, así, promover que obtengan el dominio de su trabajo, logren conocer e identificar los objetos, los medios, la organización y las actividades que realizan y, finalmente, puedan incidir en su proceso de salud-enfermedad.




































