Escrito por: Parménides Canseco / Director de Operaciones para RedPlanners
La participación ciudadana en la planeación de movilidad es esencial para legitimar los proyectos, generar confianza y aumentar la viabilidad de su implementación.
Cuántos planes de cualquier tipo (urbanos o de movilidad) se habrán diseñado sin haber escuchado a las y los interesados? La tradición de la planeación técnica ha privilegiado durante décadas a los expertos, los despachos y las instituciones, mientras las personas que viven y padecen la movilidad en su día a día quedaban relegadas. El resultado han sido proyectos técnicamente sólidos pero con poco respaldo social, que se desgastan pronto o quedan archivados antes de implementarse.
Cada vez que hablamos de movilidad urbana solemos pensar en infraestructura, modelos de transporte, financiamiento o tecnología. Sin embargo, hay un factor menos visible pero igual de determinante: la participación de las personas. Ningún plan de movilidad sobrevive al paso del tiempo si no logra legitimidad social. Esa legitimidad se construye escuchando, integrando y devolviendo la voz a quienes, al final, usarán y vivirán el sistema.
El problema es que, en muchos casos, la participación se trata como un trámite. Con esto se desperdicia la oportunidad de contar con insumos valiosos o se genera desconfianza. Además, las metodologías tradicionales tienen barreras: horarios rígidos, grandes desplazamientos para asistir y dificultad para incluir actores clave con poca disponibilidad.
La pregunta es inevitable: ¿cómo lograr procesos de participación que realmente fortalezcan los proyectos de movilidad? ¿Qué beneficios trae integrar voces desde el diagnóstico hasta la validación final? ¿Y cómo aprovechar la tecnología para ampliar y diversificar estas voces sin perder profundidad?
La experiencia muestra que los procesos de participación, cuando se conciben y facilitan con seriedad, no son una barrera sino una capa de trabajo que multiplica la viabilidad de los proyectos. La clave está en diseñar metodologías multiactor, combinar talleres colectivos con entrevistas profundas y aprovechar tecnologías digitales para ampliar la conversación.
La combinación de talleres presenciales, entrevistas individuales y herramientas digitales permite recoger voces diversas desde el diagnóstico hasta la validación final, creando planes más completos y aceptados socialmente.
Experiencias y aprendizajes recientes
En la reciente Estrategia Nacional de Movilidad y Seguridad Vial, por ejemplo, los talleres nacionales reunieron a decenas de actores de distintas partes del país. Fue evidente que escuchar a los gobiernos estatales, municipios, transportistas y organizaciones de la sociedad civil permitió llegar a consensos que ningún documento técnico hubiera logrado por sí solo.
En Sonora, con la Estrategia Estatal, el hecho de visitar varias ciudades y no concentrar todo en la capital marcó la diferencia. Recorrer municipios ayudó a captar realidades muy distintas que a menudo quedan invisibles en los diagnósticos generales.
En Chihuahua, con el Programa Sectorial, la dinámica de talleres locales permitió que en cada sesión se identificaran problemas, se construyera una visión compartida y se discutieran propuestas finales. El proceso fue exigente, pero la apertura de las autoridades locales dio legitimidad al trabajo.
En Pachuca, durante el proyecto de mejora del sistema integrado, un taller local puso sobre la mesa las inquietudes de distintas voces. Fue un ejercicio sencillo pero revelador: sin esa conversación, la resistencia hubiera sido mucho mayor.
En todos estos casos, la participación aportó más que anécdotas. Permitió identificar problemas reales, darle matices a la información técnica y generar confianza en que los proyectos eran algo más que un plan de escritorio.
Los talleres son útiles para crear visión colectiva, pero no lo son todo. En la actualización del Plan Integral de Seguridad Vial de Ciudad de México en 2019, además de las sesiones plenarias, se realizaron decenas de entrevistas con personas y organizaciones del sector. Las entrevistas individuales aportaron un nivel de detalle que en los foros grandes se perdía. Al final, la combinación de talleres y entrevistas produjo un diagnóstico más completo y un plan más legítimo.
Un principio esencial es que el consultor no es quien decide. Su rol es facilitar la conversación, ordenar ideas y devolver la síntesis a los actores. La audiencia es la protagonista. La voz ciudadana debe integrarse de alguna forma en el documento final, aunque no todas las propuestas puedan adoptarse. La neutralidad es clave para que las personas sientan que su participación tiene sentido.
Nuevas formas de escuchar y un reto para todo el sector
La pandemia aceleró algo que ya estaba en el aire: los procesos participativos no tienen por qué ser presenciales. Hoy podemos complementar los talleres físicos con encuestas en línea, consultas abiertas en plataformas digitales o ejercicios virtuales. Esto amplía el alcance, permite mayor flexibilidad y deja trazabilidad. Evidentemente, no sustituye al contacto directo, pero reduce barreras y complementa la visión.
Un aspecto poco explorado es incluir la participación desde la conceptualización del proyecto. Muchas veces, los términos de referencia de un estudio ya vienen tan definidos que apenas dejan espacio para incorporar voces externas. Si desde esa etapa se prevé un proceso participativo, los insumos llegan a tiempo para moldear objetivos, alcances y prioridades. Así, los planes tienen mayor probabilidad de contar con respaldo y continuidad.
La confianza y la credibilidad no se heredan; se construyen. Sí, añadir participación implica más trabajo y gestión. Pero a cambio se obtienen planes con mayor aceptación, menor resistencia y más viabilidad en la implementación. Incluso cuando las perspectivas cambian un poco, ese ajuste es saludable: significa que el plan está vivo y responde a realidades.
Los procesos de participación en movilidad no son un trámite. Son el espacio donde las ciudades negocian su futuro. Al legitimar un plan con voces diversas se obtiene una visión más completa de la realidad urbana y se construyen bases sólidas para el cambio.
La pregunta que queda es si estamos dispuestos a dar este paso. ¿Queremos planes que solo cumplan con el requisito o planes que se conviertan en proyectos colectivos que la ciudadanía abrace desde su inicio?