Caminar debería ser un derecho fundamental en la ciudad: derecho a la movilidad segura, derecho a vivir sin temor, derecho a que nuestras calles nos cuiden tanto como cuidan al auto.
Cada día, miles de personas en México se ven obligadas a emprender pequeños viajes caminando: al trabajo, a la escuela, al transporte público, al mercado. Pero caminar en muchas ciudades mexicanas se ha vuelto un acto de riesgo constante. Aceras en mal estado, intersecciones sin protección, velocidades vehiculares excesivas, cruces mal señalizados, y una planificación urbana que prioriza al automóvil: todos estos factores contribuyen a que el peatón sea casi invisible ante las políticas públicas de movilidad. Este reportaje busca entender por qué el caminar puede costarle la vida a muchas personas, quién paga ese costo, y qué voces exigen que ese escenario cambie.
Estas cifras muestran que caminar no es una opción segura para una parte importante de la población. No todos los trayectos peatonales resultan mortales, por supuesto, pero el riesgo no es uniforme: depende mucho del lugar, del diseño urbano, del cumplimiento de normas y de la visibilidad que se le da al peatón.
La invisibilidad del peatón en el diseño urbano — banquetas defectuosas o ausentes, puentes inadecuados, cruces peligrosos, ausencia de señalización y semáforos no adecuados — convierte pequeños trayectos cotidianos en riesgos de muerte.
Infraestructura adversa
Uno de los factores más visibles es cómo están diseñadas nuestras calles y avenidas. En muchas ciudades mexicanas, las aceras son estrechas, deterioradas o interrumpidas, lo que obliga al peatón a bajar a la calle. En otros casos, los cruces peatonales están muy distantes, mal señalizados, o los semáforos no dan tiempo suficiente para cruzar.
Sergio Andrade Ochoa, especialista en movilidad activa y seguridad vial, ha criticado el uso indiscriminado de puentes peatonales, pues muchos de ellos: “pueden quintuplicar la distancia y el tiempo de traslado del peatón” y muchas veces carecen de accesos adecuados para personas mayores o con discapacidad.
Además, se reportan puentes que invaden banquetas, mal iluminados, en mal estado, con rampas inapropiadas o inexistentes a lo largo del país.
Si bien el diseño de calles ha ido cambiando, por muchas décadas la infraestructura para peatones fue considerada secundaria al diseño de vías rápidas para vehículos, lo cual limita la seguridad del peatón para cruzar, caminar largos trayectos, sentirse visible, protegido.
Otro problema estructural es la regulación y la responsabilidad. Expertos coinciden: no basta con advertir a los peatones que crucen por los pasos peatonales o que esperen el semáforo; es crucial que la regulación del tráfico se refuerce, que haya sanciones, pero también que los conductores y las autoridades asuman responsabilidad.
Ernesto Mizrahi Haiat, especialista en seguridad urbana, ha dicho que: “urge replantear el modelo de movilidad en México, donde la prioridad ha sido durante décadas el automóvil y no el peatón”.
Cada vida perdida caminando implica familias devastadas, días de hospitalización, discapacidades permanentes, costos de salud y de movilidad que muchas veces recaen sobre los más vulnerables. Además, la invisibilidad del peatón perpetúa desigualdades sociales: quien no tiene automóvil, quien vive en periferias, quien es persona mayor, persona con discapacidad, mujer, niña o niño, suele pagar el precio más alto.
Caminar debería ser un derecho fundamental en la ciudad: derecho a la movilidad segura, derecho a vivir sin temor, derecho a que nuestras calles nos cuiden tanto como cuidan al auto. Reconocer la invisibilidad del peatón es reconocer una deuda colectiva: con quienes caminan cada día.