Ciudades para el algoritmo, no para las personas: movilidad en la era de la posverdad - Pasajero7

Ciudades para el algoritmo, no para las personas: movilidad en la era de la posverdad

redes alvaradoVivimos en un tiempo en el que cada segundo alguien publica, comparte o reacciona en redes sociales. Twitter (ahora X), TikTok, Instagram y Facebook se han convertido en una especie de “vía rápida” de la información: acelerada, caótica y sin señalización clara. En temas de movilidad y transporte (ámbitos que requieren datos técnicos, planeación y visión de mediano y largo plazo) esta dinámica tiene efectos preocupantes. La inmediatez, el impacto visual y la emotividad pesan más que la evidencia: “un tránsito sin semáforos”.

No se trata de envidia hacia quienes generan videos virales, sino de subrayar los riesgos de que la política pública se deje guiar por clips vistosos antes que por estudios serios. Vivimos en la era de la posverdad en movilidad, y sí, en otros temas también. El término posverdad fue popularizado por Ralph Keyes (2004) y posteriormente por Lee McIntyre (2018): una época donde los hechos objetivos son menos influyentes que los llamados a la emoción y las creencias personales. Lo vimos en política, lo vemos en salud, y hoy también lo vivimos en movilidad. Un TikTok de 30 segundos que muestra un carril pintado de ciclovía genera más impacto que un informe técnico de 200 páginas sobre accesibilidad y seguridad vial. La visibilidad digital termina sustituyendo a la validación técnica. Como explica McIntyre, la posverdad no es simple mentira: es un sistema donde la verdad deja de importar porque lo que cuenta es cómo me hace sentir el contenido.

Autores como Manuel Castells (2009) han documentado cómo la comunicación en red otorga un poder inusitado a mensajes breves y virales. Un tuit (post) puede mover a miles de personas, incluidas autoridades. Basta con un video de un bache o de un convoy de tren detenido para que la indignación colectiva presione a un gobierno a “hacer algo”, aunque ese algo no resuelva la raíz del problema.

Esto no sería negativo si funcionara como un mecanismo de rendición de cuentas. El problema es cuando la lógica de la visibilidad sustituye a la lógica de la planeación. Al final, el transporte público y la movilidad urbana requieren inversiones a 5, 10, 20 o 30 años, no soluciones inmediatas dictadas por la viralidad.

De la noticia al espectáculo

Neil Postman (1985) ya advertía que los medios tienden a transformar todo en espectáculo. Con las redes sociales actuales, este diagnóstico se ha radicalizado. Hoy cualquiera puede transmitir una “nota” sin revisión, sin fuentes, sin contexto. El resultado: desinformación.

  • En el campo de la movilidad esto se traduce en mensajes como:
  • Este nuevo puente resolverá el tránsito (sin hablar de la inducción de demanda).
  • El plan maestro del Metro hablaba de 30 líneas y solo hay 12 (sin entender que la movilidad es dinámica y los polos generadores y atractores de viaje cambian).
  • Estos son los gastos del transporte público mensual (aunque en realidad eran trimestrales y presentados junto con otros rubros).
  • Así podría ampliarse el Metro, teleférico o BRT (solo porque alguien vio una vialidad ancha en un mapa).
  • La ciclovía está vacía (porque se grabó un domingo a las 7 am).
  • El tren siempre va lleno (con base en un solo video).
  • Se digitaliza el transporte público (pero sin subsidios ni tarifas técnicas que aseguren calidad y sin ahogar a los concesionarios).

Son simplificaciones atractivas, fáciles de compartir, pero profundamente engañosas. Esto también deriva de los algoritmos: privilegian lo que genera emociones rápidas y clics inmediatos, no lo que contextualiza. Un dato aislado puede tener tantos estilos como un cruce vial: algunos son rotondas caóticas, otros segundos pisos que se imponen con fuerza bruta y unos pocos, con suerte, un semáforo que regula con lógica.

Las cámaras de los celulares democratizaron la producción de imágenes. Hoy cualquiera puede hacer un video, añadir subtítulos y presentarlo como prueba irrefutable. Pero una imagen sin contexto puede ser más peligrosa que una mentira explícita.

Jean Baudrillard (1981) hablaba del simulacro: una representación que parece más real que lo real mismo. Una toma aérea de un puente vehicular iluminado puede hacer creer que “la ciudad progresa”, aunque ese puente perpetúe la dependencia del automóvil y agrave la contaminación. La movilidad se ha vuelto rehén de estos simulacros: videos espectaculares que se viralizan y seducen incluso a autoridades, quienes difunden o validan sin preguntarse por el trasfondo técnico.

Cuando la política se rinde al trending topic y el papel de los desinformadores

No son pocos los casos donde un trending topic obliga a un gobierno a anunciar medidas inmediatas. La lógica del “da un anuncio ya” reemplaza a la del “analiza, evalúa y actúa”. Esto erosiona la confianza en los especialistas: ingenieros de transporte, urbanistas o académicos que requieren tiempo para modelar escenarios, estimar demanda o calcular externalidades. Sus voces quedan opacadas por la urgencia de la política reactiva. Quizá porque, en la era digital, algunos perfiles técnicos parecen haberse transformado en opinólogos de escritorio, convencidos de que con un PDF mal leído basta para rediseñar toda la red de transporte.

Como advierte Habermas (1989), la esfera pública debería sostenerse en la argumentación racional. Hoy, sin embargo, se sostiene en la emocionalidad amplificada por algoritmos.

Aquí entran en escena los desinformadores: actores que producen contenido sin validación y lo difunden con autoridad autoproclamada. No necesariamente son malintencionados; muchos buscan likes, seguidores o un espacio mediático. Pero su impacto es dañino porque alimentan percepciones equivocadas que luego condicionan políticas.

El caso típico: un influencer graba un video donde “demuestra” que una ciclovía está mal diseñada porque “estorba el tránsito”. El video circula, se reproduce en noticieros y termina legitimando la idea de que la ciclovía es un error, aunque la evidencia empírica muestre lo contrario.

La movilidad y el transporte no pueden reducirse a una secuencia de videos. Son fenómenos complejos, atravesados por factores económicos, sociales, ambientales y culturales (o eso me enseñaron en la carrera). Una obra vial no se evalúa por cuántos likes acumula, sino por su impacto en la reducción de emisiones, la democratización del espacio y su capacidad de conectar con diversos modos de transporte. Claro, podría extenderme más… pero quizá lo que necesito es un video en Tik Tok.

Un sistema de transporte no se mide por un trending topic, sino por cuántos viajes logra integrar y cuánto mejora la equidad urbana. Sin especialistas que contextualicen y sin datos verificados, ¿estamos condenados a diseñar ciudades guiadas por la estética del clip y no por la justicia del espacio público?

Hacia una crítica responsable

Este texto no buscó descalificar la participación ciudadana ni la democratización de la comunicación. Es valioso que las personas documenten lo que ocurre en sus barrios/localidades/ciudades y que presionen por cambios. Lo que se critica es la sustitución de la reflexión técnica por la inmediatez del espectáculo.

La movilidad requiere debate público, pero uno que articule evidencia, teoría y práctica. Si dejamos que el ruido informativo marque la agenda, tendremos más obras improvisadas, más gasto ineficiente y menos soluciones estructurales.

El reto de nuestra época es recuperar la brújula en medio del ruido. En movilidad, significa que las y los especialistas debemos comunicar mejor, explicar con claridad y ocupar también los espacios digitales. Pero sobre todo, significa que autoridades y ciudadanos deben aprender a distinguir entre un trending topic y un diagnóstico técnico, social, antropológico y demás.

El tránsito de la posverdad hacia una movilidad sustentada en evidencia no será sencillo. Pero si no lo intentamos, corremos el riesgo de construir ciudades para el algoritmo, no para las personas.