El tránsito hacia la automatización del transporte representa uno de los cambios tecnológicos más profundos desde la irrupción del automóvil en el siglo XX. En medio de promesas de eficiencia, sustentabilidad y seguridad, los vehículos autónomos compartidos (SAVs, por sus siglas en inglés) han emergido como una pieza central del futuro de la movilidad urbana. Sin embargo, más allá de la fascinación tecnológica, la verdadera pregunta es si los ciudadanos están dispuestos a aceptar y utilizar estos sistemas. La aceptación social, más que la disponibilidad técnica, será la clave que determine su éxito o fracaso.
Un reciente estudio académico publicado en Transportation Research Procedia (Lécureux et al. 2023) realizó una revisión sistemática de la literatura científica sobre este tema, analizando 29 investigaciones empíricas basadas en experimentos de elección declarada. Los resultados ofrecen una panorámica detallada —y en muchos casos contradictoria— sobre los factores que influyen en la disposición de las personas a usar vehículos autónomos compartidos. A partir de esta evidencia, podemos identificar tanto las oportunidades como los retos que enfrenta el transporte autónomo en su dimensión humana y social.
El análisis revela que, a pesar de más de una década de investigación, no existe consenso científico sobre cuáles son los factores determinantes en la adopción de los SAVs. Los estudios convergen en que estos vehículos transformarán las prácticas de movilidad urbana, pero divergen en torno al peso que tienen variables como la edad, el género, el ingreso o las actitudes ambientales.
Esta falta de consenso refleja un fenómeno común en la evolución tecnológica: las innovaciones disruptivas no solo modifican las infraestructuras y las cadenas productivas, sino también los imaginarios colectivos. La conducción autónoma no se adopta únicamente por razones económicas o funcionales; implica confianza, percepción de riesgo, adaptación cultural y reconfiguración de hábitos profundamente arraigados.
El trabajo de Lécureux y colaboradores demuestra que el debate científico se ha desplazado del “cuándo” y el “cómo” de la automatización al “quién” y “por qué” de su aceptación social. Así, la movilidad futura no depende solo de algoritmos, sensores o inteligencia artificial, sino de los valores, actitudes y expectativas de las personas.
Uno de los hallazgos más consistentes es que las variables sociodemográficas, aunque importantes, no explican por sí solas la disposición a utilizar SAVs. La edad, por ejemplo, muestra una tendencia general negativa: las personas jóvenes son más propensas a aceptar la movilidad autónoma, mientras que los adultos mayores presentan mayor resistencia. Sin embargo, esta relación no es uniforme: algunos estudios reportan efectos neutros o incluso positivos entre los mayores, especialmente cuando perciben beneficios en accesibilidad o comodidad.
El género también ofrece resultados ambiguos. Si bien los hombres suelen mostrar una mayor intención de uso, varias investigaciones no encuentran diferencias significativas entre sexos. Estas inconsistencias indican que la aceptación no responde a estereotipos rígidos, sino a interacciones complejas entre experiencia tecnológica, contexto urbano y nivel de confianza en la automatización.
Otras variables, como el nivel educativo y los ingresos, presentan correlaciones más estables. Las personas con mayor educación e ingresos tienden a mostrar una actitud más favorable hacia los SAVs, probablemente por su mayor exposición a la innovación tecnológica y menor aversión al riesgo. No obstante, estos patrones reflejan más un gradiente de familiaridad cultural que una diferencia estructural.
Donde sí existe un alto consenso científico es en los factores económicos y operativos, ya que, en prácticamente todos los estudios revisados, el costo del viaje, el tiempo de desplazamiento y el tiempo de espera influyen negativamente en la disposición a utilizar un vehículo autónomo compartido.
Estos resultados son consistentes con los principios de la economía del transporte: los usuarios perciben los servicios de movilidad como un balance entre utilidad y sacrificio. Aun cuando los SAVs prometen comodidad o sustentabilidad, si los costos son altos o los tiempos poco competitivos frente a modos convencionales, su adopción será limitada.
Por tanto, el éxito de los SAVs dependerá de la capacidad de las empresas y autoridades para ofrecer tarifas accesibles, tiempos de espera reducidos y trayectos confiables, elementos que determinen una experiencia de viaje eficiente y predecible; ya que más allá de los factores cuantificables, las actitudes y percepciones subjetivas desempeñan un papel determinante. Los investigadores identifican cuatro grandes dimensiones actitudinales: preocupación ambiental, confianza y seguridad, afinidad tecnológica y gusto por la conducción.
La experiencia del usuario con otros modos de transporte también influye de manera significativa. Quienes ya utilizan servicios de carsharing, transporte público o aplicaciones de movilidad bajo demanda presentan una actitud más favorable hacia los SAVs. Esto sugiere que la aceptación no se da en el vacío: forma parte de un proceso de aprendizaje social y tecnológico donde la exposición a nuevas formas de movilidad reduce la incertidumbre.
En cambio, los usuarios fuertemente dependientes del automóvil privado suelen mostrar resistencia, especialmente cuando perciben la automatización como una amenaza a su autonomía o a su estatus social. No obstante, en ciudades con altos niveles de congestión o políticas de restricción vehicular, incluso estos grupos podrían reconsiderar su postura ante alternativas más eficientes.
Un aspecto de particular relevancia es la integración de los modelos psicosociales en la investigación del transporte autónomo. Aproximadamente un tercio de los estudios revisados recurre a marcos teóricos como el Modelo de Aceptación de la Tecnología (TAM) o la Teoría del Comportamiento Planeado (TPB).
El TAM sostiene que la intención de uso depende de la utilidad percibida y la facilidad de uso. En el contexto de los SAVs, esto implica que la adopción crecerá en la medida en que los usuarios perciban el servicio como simple, cómodo y realmente beneficioso. La TPB, por su parte, incorpora factores sociales y de control percibido, destacando la influencia de las normas y la confianza colectiva.
Desde una perspectiva de ingeniería y planificación, los hallazgos ofrecen lecciones cruciales para el diseño de políticas y estrategias empresariales. En primer lugar, la aceptación social debe considerarse un componente técnico del sistema de transporte, no un efecto colateral. Un modelo de movilidad automatizada solo será sostenible si logra equilibrar la eficiencia operativa con la percepción de seguridad y utilidad del usuario.
En segundo término, es indispensable segmentar los programas piloto y las estrategias de comunicación según el perfil del usuario. Los jóvenes urbanos y con formación tecnológica son el grupo más receptivo, mientras que los adultos mayores o residentes de zonas rurales requieren enfoques de confianza progresiva, información clara y demostraciones prácticas.
Finalmente, la articulación entre sistemas autónomos y transporte público será clave ya que los SAVs pueden complementar las redes existentes como servicios de “última milla” o transporte bajo demanda en horarios y zonas de baja cobertura. La integración tecnológica y tarifaria con los sistemas tradicionales permitirá aprovechar economías de red y evitar una competencia desarticulada.
A pesar del notable avance en la comprensión de la aceptación de los SAVs, el estudio de Lécureux y sus colegas concluye que persisten vacíos significativos de conocimiento. La mayoría de los experimentos se concentran en contextos urbanos y economías desarrolladas, dejando un vacío en regiones periféricas o en países emergentes, donde los patrones de movilidad y las percepciones culturales difieren sustancialmente.
Asimismo, se observa una escasa integración entre modelos económicos y psicosociales. La aceptación tecnológica requiere un abordaje interdisciplinario que combine teoría del comportamiento, economía del transporte, ingeniería de sistemas y ciencias sociales.
De cara al futuro, será necesario desarrollar experimentos híbridos que incorporen variables culturales, percepciones de equidad, sostenibilidad y accesibilidad. Solo así será posible construir modelos de demanda más realistas y socialmente inclusivos.
En suma, la introducción de los vehículos autónomos compartidos no debe verse como una mera innovación tecnológica, sino como una transformación social profunda. Su aceptación dependerá tanto de la ingeniería como de la empatía; tanto del diseño algorítmico como de la confianza ciudadana.
Los resultados de la literatura científica invitan a los profesionales del transporte a mirar más allá del hardware y los algoritmos. Los sistemas de movilidad del futuro serán sostenibles en la medida en que comprendan a las personas que los utilizan. En última instancia, la movilidad inteligente no es solo aquella que se conduce sola, sino la que se construye desde la inteligencia colectiva.





































