Ciclismo urbano y otakus: la resistencia venezolana - Pasajero7

Ciclismo urbano y otakus: la resistencia venezolana

OTAKUS

Escrito por: Carmen Hinestroza Álvarez

Abogada, MSc. Antropología Social y Cultural Colaboradora de ALATPU

Desde hace aproximadamente seis años adopté la bicicleta como mi vehículo cotidiano y de ciertos viajes. En menos de seis meses ya me había convertido en activista de la movilidad sustentable y organizaba, junto a otros, eventos para la promoción de la bicicleta como modo de transporte. Todo esto es un contrasentido en Venezuela: su aceptación ha coludido con el prestigio y masificación que ha tenido el automóvil particular, comúnmente llamado en el país «carro».

La bicicleta es considerada un juguete o un artículo deportivo.

Breves Antecedentes

Históricamente ha contribuido con la aceptación y preferencia de uso del carro la exoneración al pago de patente de automóviles realizado por el gobierno de Juan Vicente Gómez (1912) y la reducción del precio de la gasolina y demás productos del petróleo con el cobro mínimo de su impuesto al consumo, en el gobierno de Rómulo Betancourt. Y, sin duda, en Venezuela poseer un carro propio es sinónimo de éxito profesional, “que compra” una libertad de desplazamiento en distancias y privacidad, entre otras virtudes semiocapitalistas.

Las ciudades se han desarrollado monofuncionalmente: los usos del espacio son separados en residenciales, industriales, comerciales, entre otros. Con la dispersión de usos viene la necesidad de desplazarse. A la par, la vialidad de las principales ciudades venezolanas no se ajusta al creciente parque automotor: congestión crónica.

El transporte público, supuestamente más eficiente y sustentable, en la realidad venezolana es un servicio cuya experiencia es traumática: maltratos físicos y verbales, vehículos con averías graves, humeantes, poco higiénicos, excluyentes de personas de movilidad reducida y de la tercera edad, de prestación desorganizada en tiempo, insuficiente, de tarifas fluctuantes, con terminales y paradas irrespetadas. Ciudades sucias y caóticas.

La opción de caminar se ve eclipsada con la herencia del modelo monofuncional: distancias muy largas, que se salvan eficientemente en bicicleta, con bondades evidentes en términos de salud mental y física.

Cómo es visto el ciclista

Pretendo ilustrar cómo se dan las tensiones entre la necesidad de desplazamiento y la neofobia frente a la movilidad en bicicleta. Toda una reacción cognitiva que Néstor García Canclini denomina Imaginarios urbanos:

imaginamos lo que no conocemos, o lo que no es, o lo que aún no es (…) remite a un campo de imágenes diferenciadas de lo empíricamente observable (…) elaboraciones simbólicas de lo que observamos o de lo que nos atemoriza o desearíamos que existiera (…) viene a complementar, a dar un suplemento, a ocupar las fracturas o los huecos de lo que sí podemos conocer.

Esta definición podemos aplicarla a la movilidad en bicicleta en Venezuela. El ciclista urbano es un fenómeno en construcción para el venezolano en general y por ello adolece de definiciones, impresiones o elaboraciones simbólicas que parecen contradictorias. Emergen como producto de sorpresa, asombro y rechazo ante algo que amenaza porque se desconoce pero que, a la vez, está compuesto de curiosidad ante la proeza.

La hegemonía cultural del automóvil se evidencia hasta entre planificadores urbanos, que diferencian torpemente entre bicicletas y vehículos (para aludir al auto). Demás está decir que la bicicleta es un vehículo por derecho propio.

¿Bici-bomba con pasajero inofensivo?

Vías y estacionamientos para un porcentaje de la población muy bajo: menos del 30% posee un automóvil. Asimismo, ocurre con el trato: al llegar a un lugar con la evidente intención de estacionarnos, desde la distancia podemos apreciar el rechazo a acercarnos con la bicicleta. Tal como si fuera una amenaza explosiva, salvo lugares biciamigables.

En contraste significativo está el interés en la persona que usa la bicicleta, quien es tratado como una estrella de rock. Es la bicicleta la que causa interferencias cognitivas: rechazo de arrendamientos de habitación o de empleos en una empresa pues “no se aceptan bicicletas”.

Osar la calzada y reclamar ciclovías

Las ciudades venezolanas están surcadas por vías anacrónicas y nada democráticas. Las personas deben temer estar cerca de la calzada. Las aceras son estacionamientos, no hay o están muy deterioradas. Todo esto en un contexto de una Venezuela donde, según la Organización Mundial de la Salud, de 100 muertes, 33 son causadas por accidentes viales. Entre el 2012 y 2018 hasta un 98% de los accidentes eran debidos a fallas humanas.

Con este panorama hegemónico del auto, quienes han osado utilizar la bicicleta como modo de transporte, parecen hacerlo, más allá de la necesidad de desplazarse, con valentía y destreza por entre vehículos de carrocerías entre 14 y 192 veces más pesadas. Para ello, es menester comunicarse con los conductores del entorno y conducir con destreza.

En el 2015 se construyó en Caracas una breve ciclovía con muchos defectos de diseño y ubicación. Asimismo, se han trazado ciclocarriles mal configurados sin estudios de transporte. En el resto del país, los trazados son fragmentados y exiguos.

Muchos de los ciclistas urbanos son activistas. Pero existe otro sector de la población que es el potencial usuario: quienes la usarían si no tuviesen que compartirla con los automóviles por sentirse muy expuestos. Así lo manifiestan. Es así como los ciclistas urbanos activistas demandan políticas públicas destinadas a estimular una masificación del uso de la bicicleta y la construcción de ciclovías segregadas es fundamental.

Otakus de la movilidad: el imaginario urbano

Un otaku es una persona que no sólo ama el manga y/o animé (cómic de origen japonés) sino que suele disfrazarse de algún personaje de sus historias. Estos fanáticos acuden a encuentros de aficionados que terminan siendo un parque temático. En Caracas he visto aglomeraciones de adolescentes vistiendo indumentarias muy fieles a esto que parece ser un culto. Muchos caminan, hablan y actúan como si estuvieran viviendo en un episodio de esta fantasía. Me parecen sumamente llamativos, pero sobre todo se me hacen infantiles.

Particularmente quiero guardar distancia, pues temo a esos seres que piensan que están en otro mundo. A veces me han buscado para abrazarme o para dramatizar algo japonés. Todo parece indicar que este imaginario japonés es una gran atracción, un mundo rico y hermoso.

¿Por qué hablar de otakus? Justamente porque esa impresión que yo tengo de los aficionados al manga/animé me parece que es la misma mirada de las autoridades hacia los ciclistas urbanos: personas que juegan a andar en bicicleta, que defienden y buscan la posibilidad de vivir en una ciudad como Ámsterdam.

Cada vez que los ciclistas vamos con nuestras propuestas a los organismos públicos nos miran como adultos jugando a ser jóvenes en sus bicicleticas, soñadores empedernidos. Y ciertamente lo malo no es que seamos soñadores, la desgracia es que nos vean como otakus, porque hasta en la vecina República de Colombia hay todo un despliegue de la administración pública tendiente a facilitar la movilidad en bicicleta, una forma de democracia más que plausible, básica.

Triste es también pensar que hasta personas que no tienen automóvil defienden el espacio de los automóviles, y desdeñan las ciclorrutas.




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